MARIDAJE TIPOGRAFICO

Como sucede en algunas conferencias sobre diseño y tipografía, sobre el tema
del maridaje tipográfico algunos autores ofrecen amplias sugerencias dentro de
justificaciones más o menos racionales. Pero en general, un alumno inicial no
saca nada de esas palabras, porque hay una mínima cantidad de saber transferible.
Algunos tópicos del mundo profesional del diseño son difíciles de enseñar.
Todo parece opinable y discutible. Al alumno entonces lo asalta una pequeña
desesperación: quiere certezas, reglas, leyes específicas que le digan sin vueltas
“nunca uses una fuente sans serif para textos extensos”. Pero tal cosa no
existe, afortunadamente. Si así fuera, el mundo no necesitaría de nuestros servicios
profesionales.
Pasemos al tema en cuestión: ¿cómo saber qué fuente tipográfica puede funcionar
bien con otra? Si uno está interesado en el mundo de los vinos, sabrá al
menos por propia experiencia, aunque ignore los principios químicos que fundamentan
el hecho, que es muy difícil maridar espárragos o chile picante con vino.
Y que algunos vinos en particular se llevan muy mal con huevo, chocolate y alcauciles.
El champagne puede ir bien con las ostras, pero un queso graso anulará
todas las notas frutales y convertirá el espumante en un buche de tanino.
Con las fuentes tipográficas sucede algo similar. Hay algunas combinaciones
que desde la misma experiencia del oficio sabemos que no funcionan. Porque
no hay contraste (Futura con Century Gothic), porque el contraste está más
orientado a la competencia que al complemento (Frutiger con Univers), porque
el contraste es brutal por las marcadas diferencias en la estructura de los tipos
(Bodoni con Rotis Sans Serif) o porque simplemente hay platos que nuestros
usos no habilitan (no comemos pasta con arroz ni Helvética con Times).
El buen cocinero, como el buen diseñador, sabe disponer de soluciones básicas
y simples para la alimentación cotidiana. Estas soluciones son independientes
del gusto por el ornato. Cuando hablo de básico lo hago en el sentido de “inicial
y primario”. Ciertamente, simple no quiere decir fácil. Al diseñador se le impone
la tarea de reflexionar por un momento sobre la razón de las fuentes que va a
usar. La inexperiencia es un gran problema cuando trabajamos con tipografía,

lo cual puede llevar a cometer algunas atrocidades. Es inevitable, no hay otra
manera de aprender. Lo complejo no es cometer errores, sino la indolencia ante
la evidencia del error. Apilar diez fuentes en una página o combinar fuentes que
como conjunto representan el paradigma de la infelicidad.
Nunca hay que dejar que los programas de los ordenadores tomen decisiones
por nosotros. Si al cliente o al operador se le antojan, pueden disponer de cien
alfabetos en un párrafo, con sombras y volumen. Dios se apiade de sus almas.
Los menúes de fuentes hoy se parecen a los restaurantes que en Argentina se
denominan “tenedor libre” y en otras tierras all-you-can-eat. Allí los comensales
suelen servirse huevos fritos, guacamole, pizza y sushi en el mismo plato. Una
tragedia, es el imperio de la indigestión y del mal gusto. Hay que tener una sospecha
paranoica por los valores por default y las generosas ofertas de fuegos
artificiales de las aplicaciones.
No está de más recordar que el saber sobre el oficio tipográfico nos tiene a los
diseñadores como protagonistas, siendo uno de los pocos campos de exclusividad
que nos quedan. No hay otros profesionales que tengan entre sus dominios
el uso experto de tipografía.

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